LA SEMILLA

Hubo una vez 4 semillas amigas que llevadas por el viento fueron a parar a un pequeño claro de la selva. Allí quedaron ocultas en el suelo, esperando la mejor ocasión para desarrollarse y convertirse en un precioso árbol.

Pero cuando la primera de aquellas semillas comenzó a germinar, descubrieron que no sería tarea fácil. Precisamente en aquel pequeño claro vivía un grupo de monos, y los más pequeños se divertían arrojando plátanos a cualquier planta que vieran crecer. De esa forma se divertían, aprendían a lanzar plátanos, y mantenían el claro libre de vegetación.

Aquella primera semilla se llevó un platanazo de tal calibre, que quedó casi partida por la mitad. Y cuando contó a las demás amigas su desgracia, todas estuvieron de acuerdo en que lo mejor sería esperar sin crecer a que aquel grupo de monos cambiara su residencia. Todas, menos una, que pensaba que al menos debía intentarlo. Y cuando lo intentó, recibió su platanazo, que la dejó doblada por la mitad. Las demás semillas su unieron para pedirle que dejara de intentarlo, pero aquella semillita estaba completamente decidida a convertirse en un árbol, y una y otra vez volvía a intentar crecer. Con cada nueva ocasión, los pequeños monos pudieron ajustar un poco más su puntería gracias a nuestra pequeña plantita, que volvía a quedar doblada.

Pero la semillita no se rindió. Con cada nuevo platanazo lo intentaba con más fuerza, a pesar de que sus compañeras le suplicaban que dejase de hacerlo y esperase a que no hubiera peligro. Y así, durante días, semanas y meses, la plantita sufrió el ataque de los monos que trataban de parar su crecimiento, doblándola siempre por la mitad. Sólo algunos días conseguía evitar todos los plátanos, pero al día siguiente, algún otro mono acertaba, y todo volvía a empezar.Hasta que un día no se dobló. Recibió un platanazo, y luego otro, y luego otro más, y con ninguno de ellos llegó a doblarse la joven planta. Y es que había recibido tantos golpes, y se había doblado tantas veces, que estaba llena de duros nudos y cicatrices que la hacían crecer y desarrollarse más fuertemente que el resto de semillas. Así, su fino tronco se fue haciendo más grueso y resistente, hasta superar el impacto de un plátano. Y para entonces, era ya tan fuerte, que los pequeños monos no pudieron tampoco arrancar la plantita con las manos. Y allí continuó, creciendo, creciendo y creciendo.

Y, gracias a la extraordinaria fuerza de su tronco, pudo seguir superando todas las dificultades, hasta convertirse en el más majestuoso árbol de la selva. Mientras, sus compañeras seguían ocultas en el suelo. Y seguían como siempre, esperando que aquellos terroríficos monos abandonaran el lugar, sin saber que precisamente esos monos eran los únicos capaces de fortalecer sus troncos a base de platanazos, para prepararlos para todos los problemas que encontrarían durante su crecimiento.

**El pequeño barco ** ¿que pasa si no hago mi trabajo?


Había una vez un pequeño barco pesquero de color azul, con un alegre mástil rojo y una radiante vela blanca. Cada mañana, al amanecer, el pequeño barco se despertaba con una gran sonrisa y se adentraba en el mar para ir a pescar. A pesar de ser tan pequeño, era el barco más rápido del puerto, y siempre regresaba con muchos peces - tantos como para alimentar a toda la ciudad. Los barcos más grandes del puerto se preguntaban cuál era su secreto.

El barquito sabía que esto era gracias a que todos los que navegaban en él trabajaban juntos. El ancla, la vela, las redes, y el timón - todos querían que el barco tuviera éxito - así que cooperaban juntos, cada uno realizando la tarea que mejor sabía hacer.

El ancla sabía cómo anclarse en el fondo del mar para que el barco pudiera parar de manera segura. La vela sabía cómo atrapar el viento para que el barco se deslizara rápidamente entre las olas. La red sabía cómo desplegarse en el agua para que el barco pudiera pescar cuantos más peces. Y el timón sabía cuándo tenía que virar a la derecha o a la izquierda para que el barco no se extraviara o chocara contra un iceberg.



Pero un día en el que el viento fue especialmente travieso, llegaron los problemas.

"¡Levad el ancla! ¡Zarpamos mar adentro!" gritó el viejo Capitán como cada mañana. La verdad es que el Capitán había estado navegando durante tantos años con ese barco, que ya nadie recordaba su nombre y por eso todos le llamaban simplemente "Capitán".

"¡Levad el aaaan-cla! ¡Zarpamos mar adentro!" repitió un cuervo grisáceo, fiel amigo del Capitán. Le habían puesto por nombre "Pirata", porque alrededor del ojo tenía una mancha negra como el parche de un pirata.

"¡Sí, mi Capitán!", contestaron alegremente el ancla, la vela, el timón y la red. Y el barquito zarpó mar adentro.

El Capitán observó el mapa, comprobó la brújula, humedeció su dedo y después lo levantó para comprobar la dirección del viento.

"Hoy navegaremos hacia el este", decidió. "Pirata, ¡el timón hacia estribor! ¡Levad la vela!"
"Un momento" dijo la Vela. "¿Por qué tengo que subir yo siempre hasta el mástil y dejar que el viento me agite? ¿No puedo nadar como la Red aunque sólo sea por una vez? Ella salta y salpica en el agua todos los días"



"¿Has oído eso? ¡Ja, ja, ja!" Pirata no pudo evitar reír."¡La vela quiere ir al agua! Red, ¿tú qué opinas?"

"No me importaría cambiar mi puesto con el de la Vela" respondió ella. "Tengo que sumergirme en esas aguas heladas todos los días, y no me gusta que los peces me hagan cosquillas. ¡No quiero lanzarme al agua nunca más!"

Y esto armó un gran alboroto en el barco. Todos se gritaban unos a otros, y ninguno hacía su trabajo.

Incluso el timón, siempre tan tranquilo y trabajador, dijo "De hecho, a mi me gustaría hacer el trabajo del ancla. Ella se queda descansando todo el día en el barco, y por la noche duerme en el agua".

Todos estaban tan ocupados en pelearse, que ni siquiera se dieron cuenta de que el Capitán se había metido en su compartimento y ya no estaba con ellos.

Así que los amigos decidieron que intercambiarían sus puestos. La red subió hasta el mástil y, esperando la señal de Pirata, se preparó para recibir al viento.

 
"¡Levad la red!" ordenó Pirata.

La red se desplegó e intentó con todas sus fuerzas capturar el viento. Pero el viento se coló entre los agujeros de la red, y el barco no se movió.

"¡Vaya vela!" se rió el viento. "¡Pero si está llena de agujeros! ¡Qué barco más torpe!"

Avergonzada, la red se plegó sobre el mástil. Se sentía realmente triste: por su culpa, el viento se había reído del barco.

Mientras, la vela estaba deseando saltar al agua. Pero cuando por fin saltó por la borda, en vez de sumergirse en el agua para pescar, se quedó extendida sobre las olas como si fuera una enorme alfombra.
"¡Ja, ja, ja! ¿Dónde se ha visto una red sin agujeros?" se reían los peces mientras hacían cosquillas a la vela con sus aletas.

"¿Pero esto qué es? ¿Una alfombra sobre el agua?" preguntaban sorprendidas las gaviotas. Y sin pensárselo dos veces, se posaron sobre la vela. Así que la pobre vela empezó a hundirse. Por suerte, las gaviotas se dieron cuenta y la rescataron antes de que se hundiera hasta el fondo.

Todos los amigos se sentían tan agotados que decidieron volver al puerto a descansar. El único problema era que nadie, excepto el Capitán, sabía cómo poner rumbo al puerto.
Pero como aquel día, todos habían intercambiado sus tareas, Pirata voló hasta el puesto del Capitán para leer el mapa. Justo a su lado, la boya salvavidas intentaba gobernar el barco como si ella fuera el timón. Pirata intentó con todas sus fuerzas hacer cambiar de rumbo al barco, pero no había manera.

"¡Viramos el timón a babor! Y ahora otra vez... hacia babor! ¡Un poco más!" ordenó Pirata con su nariz pegada al mapa.

"¿Por qué estamos navegando en círculo?" preguntó el barquito. "Me estoy mareando".

"A lo mejor... ¿deberíamos girar aún más a babor?" preguntó Pirata dándose cuenta de que el Capitán era mucho más experto que él.

"No he capturado ni un solo pez" recordó la red. "¿Nos vamos a presentar en el puerto con las manos vacías?"

"Tengo ganas de volver al mástil y secarme con la cálida brisa" reconoció la vela.



"Y yo me he aburrido de estar aquí sin hacer nada, esperando a que alguien me lance al fondo del mar..." se quejó el timón

"Echo de menos a nuestro Capitán" lloró el barco. "Y añoro cuando cada uno de nosotros se dedicaba a hacer lo que mejor sabe. Después de todo, el timón es quien mejor puede dirigir el barco y la red es la mejor pescando. Sin la vela, el viento nos llevará a la deriva, y sin el Capitán no sabremos qué ruta seguir".

Todos suspiraron con alivio. ¡El barco tenía razón! Así que decidieron volver a sus puestos lo antes posible. Pero, ¿dónde estaba el Capitán?

"¡Capitán! ¡Capitán!", gritaron a coro. "¿Dónde estás? ¡Queremos que vuelvas!"

Con una sonrisa, el viejo Capitán abrió la puerta de su compartimento.
"Arriba esa vela, la red al agua. Pirata, sujeta el timón. ¡Allá vamos!" ordenó el Capitán con alegría.

Los amigos volvieron felices al trabajo. Qué bueno era compartir lo que mejor sabían hacer con los demás. ¡Pero si parecía que ahora eran el doble de fuertes!

Pirata repitió cuidadosamente, cantando, las órdenes del Capitán. La vela ondeó con elegancia, y el timón giraba siguiendo las indicaciones del Capitán. De nuevo, el barco volvía a deslizarse veloz entre las olas - ¡parecía volar! La pesca capturada ese día fue mayor que nunca y de lo más sabrosa. En la ciudad nunca antes se había visto tal variedad de peces.
Desde ese día, todos trabajan juntos con alegría. Habían comprobado que su propio bienestar no era tan importante como lograr trabajar en equipo. ¡Y se habían dado cuenta de que eso era lo que realmente les hacía felices!

Ahora el Capitán mira al horizonte con confianza... Pronto, el barquito volverá a casa.